Cuando la emergencia sanitaria empezó, la mayoría de los seres humanos creíamos, con algo de inocencia y mucha esperanza, que la pandemia nos modificaría la vida un par de meses; también creíamos que, finalizada la contingencia, todo volvería a ser como “antes” y que nuestro paso por el coronavirus se convertiría en un mal recuerdo.
Ni el más pesimista pensaba que, ad-portas de instalar los adornos de Navidad, nos tocaría considerar seriamente la compra de tapabocas con motivos navideños; pensábamos que los memes que se burlaban del alcohol envasado en botellas con lucecitas titilantes verdes, rojas y blancas eran una exageración. La realidad hoy es otra.
Estamos muy lejos de una solución real a la pandemia; por el contrario, estamos muy cerca de una segunda ola de contagios y de miles de muertos que nos dolerán a todos, sin excepción. Sin embargo, existe una gran diferencia: en la primera “cresta” de la pandemia éramos una sociedad neófita, que aprendió fruto del ensayo y del error. Nadie, ni el más pretensioso, puede indicar hoy que tiene la respuesta o la solución perfecta para manejar la crisis. Sin embargo, por lo menos, ya sabemos qué pasa si hacemos las cosas mal.
Aprendimos, con dolor e impotencia, que las cuarentenas estrictas solo sirven para preparar el sistema de salud y no saturarlo, aunque tienen la vocación inevitable de destruir el aparato productivo y, de paso, acabar con millones de empleos.
Hoy, después de nueve meses de “experiencias”, no podemos replicar lo que ha demostrado que no sirve. Repetir el manejo de abril y mayo sería equivalente a leerse un libro varias veces esperando que el final sea distinto. Puede que cada vez que se lea se entienda mejor, pero léase como se lea, siempre llegará al mismo final.
Indistintamente de los factores económicos que se analicen, parece existir consenso en que el desempleo es el indicador más peligroso en una economía en crisis; todo lo demás podría recuperarse en un relativo corto tiempo, pero crear nuevos puestos de trabajo nos puede llevar varios años. El empleo, sin importar mucho su formalidad, mueve la economía, es la base fundamental del consumo, la gasolina de cualquier modelo económico y tiene la vocación de generar una reacción en cadena cuando los puestos de trabajo se pierden.
Un desempleado no paga sus deudas. Una entidad financiera que tiene cartera en mora de la gente desempleada suele endurecer sus políticas de crédito y prefiere dejar de “arriesgar”. Una economía que se queda sin crédito, fruto del miedo a prestarle a alguien que perderá su empleo, genera un ciclo recesivo y altamente peligroso. Eso lo vivimos hace 20 años con la crisis financiera de finales de los noventa y no nos puede volver a pasar.
Es la hora de cambiar de libreto, es el momento de asumir una opción seria y contundente por salvar el empleo de los colombianos. Debemos reconocer que los auxilios al pago de la nómina y a la prima de servicios que el Gobierno Nacional ha otorgado a muchos empleadores han sido altamente positivos y efectivos, pero podría hacerse mucho más.
La solución no se reduce a inyectar recursos a diestra y siniestra poniendo en riesgo la estabilidad de las finanzas públicas. Por lo menos, en materia de empleo, se trata de identificar qué está impidiendo que los empleadores se la jueguen a fondo por salvar los puestos de trabajo y proponer medidas de choque con impactos más contundentes.
¿Por qué no pensar en alternativas “políticamente incorrectas” e incluso consideradas por algunos como impopulares, pero que determinen un manejo radicalmente distinto a lo que hasta ahora se ha hecho? Por ejemplo, se podría pensar en permitir licencias no remuneradas, con pago de los actuales subsidios, o en reducciones unilaterales de jornadas y salarios a cambio de obligar a los empleadores a que accedan a esas figuras de excepción, a mantener los empleos de los afectados, al menos por el doble del tiempo que dure la medida de choque.
¿Por qué no retomar la idea de subsidiar aportes a la seguridad social para aquellos empleadores que garanticen mantener empleos? ¿Por qué no crear jornadas de trabajo completamente nuevas que permitan la creación de bancos de horas trimestrales, suspendiendo el pago de recargos por trabajo nocturno, extra o dominical, por lo menos durante el tiempo que dure la emergencia?
Existen muchas ideas y opciones en las que se requiere, ante todo, mente abierta de los principales actores. El Gobierno debe concertar medidas con sindicatos, empresarios y partidos políticos para tomar medidas urgentes y de choque en lo laboral. Probablemente, debamos aplicar aislamientos selectivos y sectorizados, pero para ese momento, que está a la vuelta de la esquina, debemos estar preparados para cuidar la salud,así como con la misma contundencia los empleos.
La prioridad sigue y seguirá siendo salvar vidas, al tiempo que cuidar empleos. No podemos llegar al punto en que las medidas aparentemente garantistas de los derechos de los trabajadores no sean efectivas, sencillamente porque ya no existan los empleos que se buscaba preservar. Repetir las fórmulas de encierro masivo, sin calcular los impactos en el mercado de trabajo nos obligará a “contener” una “tercera ola” con consecuencias insospechadas: el nefasto desempleo.