Francia, la cuna de la libertad, la semana pasada anunció que aplicará fuertes restricciones de movilidad y de acceso a sitios públicos a aquellas personas que se nieguen a vacunarse; en otras palabras, limitará las libertades individuales en beneficio del bien común, lo cual, es un contrasentido en un país donde el individualismo y el respeto irrestricto a la objeción de conciencia es casi un dogma de fe.
España, un país “hermano” -por no decir “padrino”- de Colombia, esta semana anunció que cerrará sus fronteras a los colombianos, alegando su legítimo derecho a protegerse. Solo permitirá el ingreso de residentes y de aquellas personas que demuestren tener razones humanitarias para visitar suelo español.
Japón, hasta hace unos pocos días, con toda la pompa y la fiesta lista, consideró seriamente la posibilidad de cancelar los Juegos Olímpicos 2020. A pesar de que permitió que se iniciaran, el rechazo de sus ciudadanos a las justas deportivas es evidente y muchos japoneses optaron por pedir vacaciones para aislarse e impedir la propagación del virus. A pesar de todos sus esfuerzos y de su férrea y milenaria disciplina social, el titán asiático esta semana alcanzó el índice de contagios más alto desde que empezó la pandemia.
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