Subir el salario mínimo a un millón de pesos o reducir la jornada semanal ocho horas son escenarios equivalentes, aun cuando provengan de esquinas ideológicamente tan alejadas.
Muchos me han pedido una opinión sobre la reducción de la jornada de trabajo que fue aprobada en la plenaria del Senado la semana pasada y que reduce en un día la jornada semanal, o -lo que es lo mismo- que reduce la dedicación horaria de las cuarenta y ocho horas de hoy en día a cuarenta horas semanales, tal como figura en el proyecto.
Escribir estas palabras me costó mucho trabajo, entre otras razones porque reconozco que todos, sin excepción, deberíamos tener la posibilidad de trabajar un poco menos y dedicar ese tiempo a otras actividades personales y familiares para tener una mejor calidad de vida y lograr el tan anhelado equilibrio entre la vida personal y la laboral. Muchos países europeos, e incluso algunas empresas colombianas, por convicción, han recorrido ese camino y han logrado demostrar que el que trabaja menos horas, cuando lo hace con compromiso y disciplina, lo hace mucho mejor y suele ser más productivo.
Qué bueno sería que esas horas se dedicaran a mejorar las relaciones personales, a hacer ejercicio, a leer, a aprender un arte, a planear un emprendimiento o simplemente a ver la serie que siempre hemos querido, pero que no podemos ver por física falta de tiempo. Tengo la certeza, de corazón, de que todos seríamos mejores seres humanos si le dedicáramos un poco más de tiempo a ser realmente felices, el necesario a todos los aspectos transcendentales de la vida.
Ahora bien, cuando le imprimo sensatez al asunto, mi opinión cambia radicalmente.
Creo que no existe un momento más inoportuno para plantear una reducción general de la jornada de trabajo que el que estamos viviendo. Hablar de reducir jornadas cuando el desempleo ha alcanzado cifras históricas y el poco empleo que se crea es informal no solo suena ilógico, sino altamente preocupante.
Lo que propone el proyecto, en la práctica, es un incremento salarial del 16% porque los trabajadores ganarán lo mismo, pero trabajarán un 16% menos. Revisando todo lo que han propuesto los distintos actores laborares en los últimos días, es casi el mismo incremento salarial que han planteado las organizaciones sindicales, que aspiran a que el salario mínimo alcance el millón de pesos mensual, lo que representa un incremento cercano al 14%. Sin embargo, en este caso el “ajuste” se da por la vía de los descansos.
Es decir, en mi opinión, las dos propuestas que están sobre la mesa son iguales. Subir el salario mínimo a un millón de pesos o reducir la jornada semanal ocho horas son escenarios equivalentes, aun cuando provengan de esquinas ideológicamente tan alejadas. Lo irónico es que cada esquina tacha a la otra de populista e insensata.
¿Cómo explicar que nuestros legisladores están pensando en que todos trabajemos menos horas, cuando muchos colombianos no pueden laborar ni siquiera una hora para llevar el pan a sus casas? Es igual que decirles a esos mismos desempleados que los que sí tienen trabajo ahora van a devengar un 14% más. Ante esta paradoja mi abuelita diría: ¡No hay nada más feo que comer delante del hambriento!
Cualquiera podría pensar que, si trabajamos menos horas, las empresas van a salir a buscar nuevos trabajadores para cubrir el “hueco”; sin embargo, en las actuales circunstancias, muchos preferirán reducir su operación, ajustarla a la realidad actual y, por ejemplo, eliminar un turno completo de trabajo, lo cual implica, paradójicamente, dejar más gente sin empleo.
Me pregunto si los que aprobaron la reducción de la jornada la semana pasada son conscientes de que el servicio de vigilancia, los meseros de los restaurantes que frecuentan o los médicos que los atienden siete días a la semana, veinticuatro horas al día, probablemente les cobren más por el mismo servicio que reciben o simplemente no los atienden porque la asistencia resultará mucho más costosa cuando las empresas deban pagar más por el mismo tiempo laborado.
Este tipo de propuestas aisladas, quizá oportunistas -por no decir populistas- solo demuestran que nuestro país no cuenta con una política pública de empleo de largo plazo. Es urgente repensar nuestro sistema laboral para corregir muchas deficiencias; quizá la más preocupante es que casi el 70% de los colombianos es informal, es decir, trabaja por cuenta propia, sin seguridad social y en muchos casos devenga menos del salario mínimo legal.
En lugar de estar aprobando proyectos a los que es muy difícil oponerse porque hacerlo es “políticamente incorrecto”, deberíamos estar concentrados y comprometidos firmemente en concertar una reforma laboral urgente, de emergencia, que nos ayude a salir de la difícil coyuntura, pero que de paso corrija muchos de los problemas de empleabilidad que aquejan al país desde hace décadas.
Yo creo en este país, creo que algún día alcanzaremos el grado de desarrollo social y económico suficiente para reducir las jornadas de trabajo; no obstante, no podemos darnos ese lujo en este momento. De pronto sí, pero por ahora no.